Se acariciaba las finas y delicadas arrugas alrededor de sus ojos mientras lo miraba. Se acercó y lo besó durante varios segundos. Sabía que nada volvería a ser igual después de aquella noche. Ella era casada, y culpable.
Apenas habían intercambiado palabras. Ella no sabía inglés. Tampoco necesitaron hablar, sus cuerpos se encargaron de hacerlo.
El de él, por primera vez. El de ella, recordando viejos poemas.
Decidieron marcharse y, ya en el metro, se sentaron separados, uno frente al otro.
Él no tardó en dormirse y ella se bajó, minutos más tarde, en la parada de Mar de Cristal.
© Elena Pérez
Texto publicado en los foros de Joana Pol y en Yoescribo.comImagen: John William Waterhouse, Miranda: The Tempest (1916)
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