A lo lejos… muy lejos, se contempla la tenue línea que separa el firmamento del mar… bajo ella, se inicia el nuevo tiempo. ¡Qué pensar, qué decir… qué hacer! La brisa acaricia mi rostro y trata de deslizar mi pelo… ya no me quedan lágrimas.
Aquí estoy, único superviviente de… todo esto. Todo acabó… y todo comienza de nuevo. Estoy a destiempo, mi presencia es inútil, sólo soy el último individuo de una especie que agonizaba desde que surgió. La soledad es terrible, y el silencio abruma. Con las lágrimas desapareció el dolor… ¡ojala pudiese sentir dolor, me haría renacer! ¡Repudio esta tranquilidad que deshabita mi fuerza!
Todo lo que he conocido llegó a su fin… y con una frialdad impasible. El mundo que creó mi especie desapareció ante mis ojos sin dejar rastro de esperanza alguna, y ahora me siento como la vanguardia de lo que fue, sin amor por nada… y sin temor. Ya no puedo temer nada, no hay nadie sobre la faz de
¿Y sobre la faz del Cielo? ¿Quedará alguien, si es que antes lo hubo, que pueda colmarme de felicidad sin sentir vergüenza por lo que mis congéneres han hecho de este mundo? ¿Alguien que aún sienta alegría y regocijo por recuperar lo perdido? ¿Le debo decir “ayúdame”?... Creo que el cielo puede esperar, este desconcierto que me produce la duda es lo único que me queda…
Me levanté, miré por última vez el valle, y me fuí.
Fotografía de Elena Pérez
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