A la misma hora, otro día más, salió galopando a través del bosque. Tras de sí dejaba una nube difusa por el aliento que expiraba por su boca, y los latidos de su corazón, agitados y tristes, se oían por todos los rincones del espeso follaje de Fangorn.
Con el último suspiro del día regresó. La luna había aparecido por encima de las copas de los árboles: inmensa, redonda y blanca. Aquella noche, al llegar al establo, se desplomó sobre la paja recién mullida por todos los que sabían y admiraban su fortaleza. Entre sueños, le pareció oír:
-¡Ha aparecido! ¡Ha aparecido!
Giró con dificultad su cabeza hacia la puerta y allí, entre los claroscuros que formaban los candiles de la caballeriza, estaba él, aquél que lo había criado y amado durante toda su vida. Y sintió, por última vez, las manos acariciando sus crines, las manos del más noble jinete de Rohan.
© Elena Pérez
Relato publicado en la Web de El Poney Pisador.
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